viernes, 10 de octubre de 2014

ENTRE PORTUGAL Y ESPAÑA (I)



De profunda mirada y sedoso atardecer, el río Duero acaricia con sus prolongados dedos la silueta ibérica con una mano eterna de acariciar raíces y sementeras, suelo recio de arados y trillos; salta entre riscos y amapolas cantando alegres nanas a las siluetas aprendices de sierras, a los vaivenes del agua y las cosechas. Es fácil encontrar en el entorno cercano del Duero alguna proeza realizada por los antiquísimos “moros” o por los belicosos “franceses” actualmente casi como si hubieran pertenecido a una misma época evocada entre la nebulosa y el susurro.


 Arribes del Duero, ensueños de curvas y de silencio.

A mi entender y sobre todo a mi sentir ser de Portugal o ser de España, en estos lugares de la raya no supone ninguna diferenciación de sentimientos, mas ¡ay si entramos en la entraña misma de la profunda mirada! El portugués tiene una tragedia de siglos dentro de su alma y hasta parece que el mismo aire vibrara como un arpa eólica siempre hacia dentro del corazón en calma. Las mismas serenas miradas que ríen entre petardos de fiestas tienen como un desfondado dolor sin término en lo más antiguo de su historia.



Ad ripam decían los latinos, junto a la ribera y de aquí hemos llegado al término Arribes; en los Arribes del Duero, digo, no terminamos de saber si estamos en Portugal o en España; parece que incluso el agua duda entre continuar al Atlántico o quedarse entre las ariscas quebradas; los paseantes no necesitan mapa, ni medidor de tiempos, está el agua en una inquietante quietud como esperando un desenlace de suspense, pero en estas dolientes curvas de agua nunca ocurren desgarros ni violentos toques de trompetas, los Arribes tienen la mirada en calma.


    
La poesía del Duero es poesía trágica, de espectáculo doloroso entre soledades abruptas, las águilas conviven en estas peñascales riberas con las lagartijas y las carpas del río en un conjunto de naturaleza más allá de las mutaciones de la historia; entre Portugal y España se adormece el Duero en curvas y profundidades para que las encinas viejas puedan mirarse una vez más el rostro, se adormece en su profundo seno para que los trigos de más adentro no despierten la sed del oro de sus espigas;  parecería que en estas montaraces tierras no sale el sol y solamente llega aquí cuando va siendo la hora de acostarse por el Atlántico como si Portugal entero se echara al mar y no mirara hacia atrás.


Ermita de Fariza.

Miradores y senderos de reposo y luz entre el agua y el cielo. Portugal es una cometa del viento agarrada por la saeta fluvial de las aguas mansas; Picote, mirador sentado entre las encinas y el verso, observa el Duero entre los riscos y el silencio; Bemposta, suelo recio de arados y trillos, entre Mogadouro y Fermoselle enseña al Duero campos de viñedo y olivos; Escalhao, presencia en el viento de un sereno pasado, cultiva tierras entre el Duero y el puente romano; la ermita de Fariza, oración del otero y de la encina, cuenta al río fiestas de pendones y de historias de todos los tiempos.

Javier Agra

No hay comentarios:

Publicar un comentario