sábado, 29 de noviembre de 2014

SIERRA DE SAN VICENTE (II)



En dirección hacia Navamorcuende, vamos carretera adelante menos de cien metros y encontramos un paso  a nuestra derecha, para nosotros es una buena entrada hacia nuestro próximo destino; cuidad si lleváis perro porque tiene barra canadiense. Abandonamos la pista de inmediato y atravesamos por prados cuesta arriba hasta encontrar una pista de tierra.

La subida hacia el Monte Pelados tiene otra visión botánica. A la derecha crecen las jaras y las escobas entre paredes que antaño fueron fincas y hoy están dejadas al albur de su fortuna. Desde la carretera que va quedando alejada de nosotros, suben hileras de pinos de alguna repoblación. Los mismos montañeros estamos pensando si dejar nuestra categoría en paseantes por la Sierra de San Vicente, apenas tendremos que superar poco más de ciento diez metros y además estamos caminando por una pista de tierra que nos permite conversar y conservar el resuello sin más esfuerzo.




Vértice geodésico en Monte Pelados, mantenemos en la imagen un ángulo de la intervención humana como recuerdo de la enorme antena que pierde su altura entre la niebla y el cielo.

De nuestros mismos pies sale un conejo que no sabe si asustarse o simplemente ladearse para dejarnos paso. En estas consideraciones llegamos al punto más alto de esta segunda cumbre de la jornada aunque la nubosa niebla es intensa encontramos enhiesto y fantasmal una estación base o repetidor de telefonía que intentamos evitar para hacer la fotografía de la montaña vegetal.

Buscamos ahora la tercera cima de nuestra nebulosa jornada. Entre pinos y verdor, descendemos ligeramente por un hermoso prado entre pinos y así encontramos un ángulo del que salen dos senderos de tierra; la orientación y el estudio previo que ha realizado Jose indican que caminando por el sendero de la izquierda llegaremos hasta el Cerro Cruces, última pequeña cima de la jornada.

Caminamos durante más de media hora, tiempo que es innecesario en la montaña donde los minutos se metamorfosean en luz cuando hace sol o en gotas cuando estamos abrazados a la niebla, los minutos son brisa y sonido de hojas, luces opacas de otoño y camino silencioso hacia la cumbre, la montaña tiene el tiempo del espíritu que se entrega a la tierra y vuelve al montañero en cálida sinestesia.

La cima del Cerro Cruces tiene su vértice geodésico elevado sobre un muy alto pedestal, acaso para hacer juego con las diferentes antenas allí colocadas. Hicimos la fotografía junto a la cruz y comenzamos el regreso.

El regreso entre robles de belleza y misterio. ¿Cómo buscar rosas entre la niebla? Paso a paso busco mi corazón y sus latidos, paso a paso entre la bellísima montaña de robles y sus hojas del otoño busco las palabras y los actos valientes de los compañeros de Viriato. Por este robledal de otoñal belleza, dice la tradición que corrieron numerosas aventuras los guerreros de Viriato en sus permanentes escaramuzas enfrentados al poderoso ejército de Roma. Algún soñado lamento y algún entusiasmado ánimo escuchamos mientras descendíamos, sin más sendero que la orientación, desde el Pico Cruces hasta el Campamento Viriato. La niebla nos mantuvo recogidos en la soledad del monte que es sosiego de meditación entre aquellos formidables robles y brillantes castaños.

Junto al “Roble Grande” suspiramos aventuras de Viriato.

No hicimos fotografías de castaños, pero qué belleza iluminada, qué transparencia de amarillos verdosos, qué aliento vital en sus formidables ramas y en sus sembrados pellizos ya vacíos. El viento conversaba con nosotros entre la niebla y nos llevaba hasta el agua libre del mar y sus respiraciones de peces y algas; la niebla de esta jornada ha unido en mi corazón pellizos de castaña, libertad del agua, respiración de vida lejana, pensamiento de infinito y sueños de paz.

Rollo en la plaza del pueblo toledano Castillo de Bayuela.


De regreso detuvimos el coche en Castillo de Bayuela, pueblo que bien merece una visita para admirar el más afamado rollo de Toledo, la iglesia mudéjar del siglo trece y pasear el murmullo risueño de su plaza y sus calles.

Javier Agra.

viernes, 28 de noviembre de 2014

SIERRA DE SAN VICENTE (I)



La Sierra de San Vicente es un lugar hermoso, silencioso, místico… Cerca de Talavera de la Reina, aún en la provincia de Toledo nos acogió una mañana entre la niebla y el viento. Según el lugar del que partas, amigo lector, llegarás por una u otra carretera hasta el Real de San Vicente, pueblo restañado entre oteros, robles y castaños. Estos días de otoñal belleza sentirás el asombro apoderarse de tu ánimo mientras con el coche asciendes veloz hasta el puerto de San Vicente.

Frente a nosotros están los restos del Convento de Piélago del que se conserva una hermosa portalada con sillares de granito labrados en punta de diamante. Construido en el siglo dieciocho, cayó en ruinas durante la guerra de los Siete Años, entre mil ochocientos treinta y tres y mil ochocientos cuarenta, hoy es complicada su visita pues está muy cerrado por vallas de nueva propiedad. Acaso sea un homenaje al piélago que es nuestra afanosa existencia. A este convento perteneció el cercano pozo de nieve que visitamos apenas unos metros después de iniciada la ruta hasta la primera de nuestras breves cumbres.

Pozo de la nieve que perteneció al Convento del Piélago, capaz de contener hasta ciento ochenta y dos mil arrobas. Hoy más parece el pozo de la niebla por la que nuestra mente surca el tiempo hasta los antiguos siglos.

Llegar hasta la cima es una cuestión sencilla, incluso metidos entre una nube como la que a nosotros nos acompañó durante toda la jornada; es cierto que nos perdemos las famosas y en verdad magníficas vistas que desde allí se gozan… ¿tal vez la Sierra de San Vicente prefiere que algún visitante quede recogido en la meditación de su intimidad? Nuestra vista no puede llegar al cercano Gredos, ni aún centrarse en el piélago de aguas y llanuras que se extienden en derredor como un mar de hermosos frutos. Puede ser este el origen del nombre de Sierra del Piélago por el que se conoce aún este pequeño y hermoso conjunto de cumbres que hoy recorremos Jose y yo mientras recogemos impresiones interiores y recordamos nombres, acontecimientos, historia.

Entrada a la Cueva de San Vicente.

Dicen que en esta cima se honró a la amorosa diosa Venus y acaso a Diana cazadora. Dicen que en una cueva de aquella cima pasaron un tiempo escondidos los hermanos Vicente, Sabina y Cristeta huyendo de la persecución que decretó el emperador Diocleciano en el año trescientos tres y continuada por sus sucesores Constancio y Galerio hasta el trescientos once. Daciano fue el gobernador encargado de hacer cumplir aquellos edictos. Los tres hermanos sufrieron martirio un siete de octubre del año trescientos seis y fueron depositados en el hueco de una roca donde hoy está edificada la hermosa iglesia románica de San Vicente, en cuyo precioso cenotafio están depositados los mártires.

De aquel antiguo cenobio se conservan aún las ruinas. Los montañeros empleamos unos minutos entre recuerdos.

Diocleciano se jubiló el día uno de mayo del trescientos cinco, se fue a vivir la paz de su hermosa Croacia y dejó a sus sucesores con el “follón” del Imperio Romano. Nosotros que estamos a caballo entre los siglos veinte y veintiuno, continuamos por esta Sierra de colores brillantes de otoño entre la nube y visitamos las ruinas de un cenobio edificado siglos más tarde junto a la Cueva de San Vicente.

En esta cima se agolpan los acontecimientos de la historia y la leyenda; pocos metros más allá, cuando la cima piensa ya en desplomarse sobre el llano de agua y cosechas, permanecen las ruinas de un castillo de amplia construcción que perteneció dicen a “los moros” primero y después a los monjes guerreros templarios. Por allí paseamos Jose y yo liberando ánimas y espíritus de otros tiempos escondidos acaso entre las antiguas ruinas. Regresamos, conversando aún con la historia y con el brillo otoñal de los castaños y los robles, en una bajada diferente y más directa, hasta el Puerto.

Entre la niebla perduran las silenciosas ruinas del castillo de los templarios.

La segunda parte de nuestra marcha la iniciamos caminando unos metros carretera adelante hasta encontrar un paso de barras canadienses para nosotros cómodo e incómodo para animales de cuatro patas. Apuntamos hacia el Monte Pelados… (Publico este texto y continúo escribiendo).

Javier Agra.

sábado, 15 de noviembre de 2014

ENTRE PORTUGAL Y ESPAÑA (III): DEL NASSO A LA LUZ.


A lo largo de los siglos, las romerías han sido lugar festivo de encuentro y comunicación. Para los vecinos de la raya no existe la frontera, son caminos que agrupan pueblos vecinos y reúnen amigos de unos y otros lugares. Entre España y Portugal existen, por los pueblos fronterizos, muchos puntos comunes compartidos; este es el caso de las “siete hermanas” que así llaman a los santuarios de siete Vírgenes cercanas, tanto que se puede recorrer a pie en una jornada la distancia entre una y otra ermita.

Partimos temprano del santuario de Nuestra Señora del Nasso en Povoa.

Participé en un hermoso paseo organizado por el grupo de Zamora “Peregrinos por un día”, recorrían desde los Santuarios de Nuestra Señora del Nasso en el pueblo de Povoa a Nuestra Señora de la Luz que pertenece a Constantim diminutas y alegres localidades de Portugal por las que he paseado en numerosas ocasiones desde el español pueblo de Moveros donde han transcurrido numerosas y felices jornadas de mi vida.

Comenzamos a caminar bien de mañana, después de saludar a la Virgen reina de los Mirandeses, por esta llanura fértil, ahora con las cerezas y el verano en pleno apogeo. Cuenta la leyenda que ya en aquellos antiguos años de la reconquista era éste un lugar de encuentro y oración para las bravas hazañas de los guerreros. Nosotros, que no queremos sino conquistar paz y respirar naturaleza, recordamos, antes de ponernos en marcha, que esta advocación recuerda el nacimiento de María que situamos un ocho de septiembre.

Retablo del templo parroquial de Constantim

No sé por qué en estas llanuras me acordé del poeta portugués Eugenio de Castro que vivió setenta y cinco años entre la segunda mitad del siglo diecinueve hasta mil novecientos cuarenta y cuatro. Este creador de sinestesias y juegos poéticos parecía asomado a las sebes del camino que en Portugal se cuidan para que los animales respeten diferentes propiedades. “Peregrino que estás llorando / vente, no tardes” decía el poeta. La mañana no está para llantos, pues luce un hermoso sol entre la vegetación bien dispuesta llena de árboles y huertas, llena de flores y de aromas de naturaleza.

Entre fresnos y vida vegetal llegamos a avistar Constantim con sus cerezos a la entrada. Tiene esta localidad una ermita donde descansamos un momento para comer una fruta antes de entrar en el templo parroquial donde pasa el año la imagen de Nuestra Señora de la Luz. El último fin de semana de abril, suben la imagen  hasta el santuario a donde hoy llegaremos en el final de nuestra marcha.

Entrando en el Santuario de Nuestra Señora de la Luz, en el término portugués de Constantim. La ermita-santuario linda con los terrenos de Moveros primer pueblo de España.

Un tiempo de oración sosegada, de meditación, de descanso…según el interés o la voluntad de cada persona y seguimos pueblo arriba hasta encontrar la carretera que viene desde Miranda do Douro camino de España. Allí seguimos sin más complicaciones, pues los coches son escasos en estos momentos cuando el medio día comienza a apuntar.

La ermita de la Luz está  en la misma raya, todo su terreno es de Portugal pero allí mismo comienza Moveros, fronterizo pueblo español, conocido por su trabajo con la cerámica de muy amplia tradición y de presente poderoso en el antiquísimo arte de construir con barro piezas para el uso doméstico. La ermita de  La Luz agrupa en su romería multitud de pueblos de ambos lados de la frontera, gentes con esperanzas y esfuerzos comunes que saben que no son extranjeros pisen por el lado de la raya que pisen; porque la raya no es separación, es una costura de corazones y de vivencias. “¡Vamos! haremos lindas jornadas / Dicen que el mundo debe acabar / ¡verás en breve todo aclarado!” Vuelve a sonar el poeta Eugenio de Castro.

Retablo de la ermita de Nuestra Señora de la Luz. La imagen de la Virgen preside nuestra asamblea; la otra imagen es de San Marcos que deja vacía una hornacina del pequeño retablo.

La ermita de la Luz tiene vértice geodésico porque es el lugar más alto de las llanuras de la comarca aún sin superar los ochocientos metros y está levantada en el lugar donde la historia de los diferentes pobladores colocara el lugar más prestigioso; hace años que renquean unas excavaciones inconclusas que muestran restos acaso visigodos. La ermita de la Luz es un espacio común, sin frontera ni diferencia de nación.


“Paisaje vago como el revés de una seda…/ eriales que el crepúsculo mulle de terciopelo”.


Javier Agra.