lunes, 19 de enero de 2015

OTRA VISITA A PEÑALARA


Caminar es una manera de reclamar el mundo, es entrar en la eternidad del tiempo que se construye lentamente desde la sencillez del vivir diario. Así, en la calma, nos da tiempo al mundo y a mí a ponernos al compás, a engarzar el corazón.

Volver a Peñalara es comprender que existen caminos diferentes para objetivos comunes. Salimos desde Cotos, por detrás del chalet del Club de Montaña; está todo preparado para alcanzar una portilla y acceder a la senda conocida como “Senda del Batallón Alpino”. Cotos está siempre hirviendo de gentes que van y vienen, pero este sendero es poco frecuentado en la actualidad. Los montañeros caminamos con la mente reviviendo aquellos dolorosos años en que por aquí transitaban, miedo y dolor, corazones jóvenes con la angustia de una guerra.

En el Collado de Peña Citores, la belleza de su redondez queda a mi espalda.

A nuestros pies (¿sabrá el pinar que lo estoy meditando?) el bellísimo pinar de Valsaín esconde senderos y paz; esconde vida invisible a los ojos humanos, porque los animales no quieren dejarse encontrar y esperan agazapados a que nos marchamos para continuar la rutina de su caza y su vida; el inicial sol es una sinfonía de diferentes tonos iluminados en la inmensa prolongación de la Sierra que, desde este punto del sendero, parece una sosegada cadencia de cumbres y valles.

Se han terminado los pinos en este tranquilo ascender; nos acompaña el aceitoso y juvenil enebro, el piorno robusto y comunicativo, el adormecido y espinoso cambrón. Llegamos al collado de Peña Citores a tiempo de escuchar su conversación con el sol; los montañeros escuchamos y aprendemos; los montañeros guardamos silenciosos y agradecidos el saber de las montañas. Algún día me sentaré a conversar con ella y le preguntaré el origen de su nombre, que coincide con el de una pequeña pedanía de Burgos. Solamente lo relaciono con el “citerior” latino y ciertamente es ésta una montaña escondida y muy interior, es necesario llegar hasta ella para poder saludarla y verla.

La fotografía está tomada desde pocos metros antes de hacer cumbre. Los montañeros estamos llegando desde Dos Hermanas, al fondo están las torretas del Pico Guarramillas o Bola del Mundo, a lo lejos se vislumbra Gredos. El brillo del sosiego se mezcla con la luz del reflejo de la nieve. En la Sierra la calma de la naturaleza anida en el corazón y en el espíritu.

Hoy la nieve brilla entre el sol y la helada, por eso nos ponemos crampones y continuamos hacia las cumbres de las Dos Hermanas; vuelvo a sentir a su lado la luz brillante que me busca, el enjambre del silencio, la palmada de fortaleza, la música de la paz… recogido en la canción de mi corazón participo solidario (la luz de la nieve refleja en todas las frentes caminantes) de la multitud de montañeros que estamos iniciando el último tramo hacia la cumbre de Peñalara. Brilla la nieve reflejos del águila sin fronteras, nuestras pisadas se hacen firmes por las púas de los crampones paso a paso hasta la cumbre.

Peñalara, cumbre de quietud y de calma, donde la luz es queda y sosegada. Bajo las botas asoman las puntas de los crampones.

Estamos en Peñalara, cumbre de quietud y de calma, donde la luz es queda y sosegada. Desde esta luz, vuela libre el alma más allá del agua del Lozoya y de Castilla la llana, más allá del agreste Ayllón y de Gredos donde sueña la paz países sin fronteras. También podría describir sudores, fatigas, el vendaval soplando las orejas en los collados; tropezones, borrascas, arañazos en las manos después de la caída. Pero esas minucias se diluyen en la nieve, los montañeros regresan de este prodigio de libertad de Peñalara con la risa en el corazón. Es el inicio del futuro que comienza el montañero “estando ya mi casa sosegada”

Javier Agra.  

lunes, 12 de enero de 2015

POR EL PUERTO DE LA FUENFRÍA ENTRE SENDEROS



Esta jornada comienza en el frecuentado aparcamiento de Majavilán,  Dehesas de Cercedilla, cuando los pinos están aún de madrugada. Subimos buscando el Camino Viejo de Segovia por el que subimos hasta el Puerto de la Fuenfría. Mi corazón canta inmensidad cada vez que recorro este lugar de mansedumbre y firmeza hacia el futuro, hacia el espacio abierto.
A ritmo de mañana, entre los iniciales rayos, llegamos hasta la Fuente de la Fuenfría. Este es un cruce de caminos, monte arriba por la senda de Cospes hasta el Camino Schmid que se desmembra por las alturas de Siete Picos o llega al Puerto de Navacerrada.

Al pasar por la fuente de la Fuenfría, me detengo a recordar a las diferentes generaciones de montañeros que han hecho más cómodo nuestro paso actual por estos caminos.

Nos echamos monte abajo por el GR 10.1…El GR10 une la localidad valenciana de Puzol con Lisboa, además va teniendo distintos pequeños ramales. Por esta vertiente segoviana de los pinos de Valsaín pisamos escasos lugares de nieve que en su mayoría estaba helada, aquí recordamos que, además de ser montañeros, es necesario ser cuidadosos con la naturaleza y con la vida en todas las circunstancias.

Trescientos metros más abajo, cruzamos el Arroyo Minguete de sosegadas aguas. Ahora estamos en un terreno de desplazamiento horizontal, los pinos conviven con múltiples acebos en una lección de convivencia necesaria en todo tiempo, también ahora que noto una sensación de discordia en nuestra sociedad; un ambiente de enfado se extiende por la atmósfera y es necesario tomar aire limpio del monte, aire cantarín de las aves, frescor risueño de los arroyos.

Cruzamos el Arroyo Minguete.

Subimos a la Fuente de la Reina en el entronque con la Carretera de la república, aún en la vertiente de Segovia. Aquí un tiempo de sosiego y bocadillo para enterarnos que durante buena parte del siglo dieciocho con Felipe V, este lugar fue muy trabajado para allanar el paso a los reyes españoles en su ir y venir hasta la Granja; por estos mismos lugares quedan restos de lo que fue un palacete de reposo en sus andanzas de caza.

Volvemos, los montañeros, por la Carretera de la República hasta el Puerto de la Fuenfría. Este paseo es un prolongado mirador sobre Peñalara y la amplitud de la Sierra. Cuentan los pinos la dureza del invierno en sus quejumbrosas y retorcidas ramas, narran historias del poderoso viento en sus entrañas.

Hicimos una parada en la Fuente de la Reina entre pinos y acebos.

Comenzamos a descender por la Calzada Romana que unía Mérida y Zaragoza; en este tramo que tenemos a mano, después de dejar atrás Alcalá de Henares, Titulcia…  pasaba entre Madrid y Segovia, según identificó Antonio Blázquez en mil novecientos diez. La Vía XXIV romana la mandó construir Vespasiano el siglo I después de Cristo. En esas consideraciones llegamos al Puente de Enmedio y a la ensanchada y amplia Pradera de Corralitos lugar donde coinciden la Calzada Romana, la Calzada Borbónica, el Camino Schmid y la Carretera de la República. Ésta última, desde la estación de Cercedilla hasta el sanatorio, se llama Camino Puricelli porque así se llamaba la empresa que realizó el trazado y las obras de la citada Carretera.

El Descanso de los Ceballos pone a los montañeros Calzada Borbónica adelante hasta en Puente del Descalzo que se construyó en tiempo de Felipe V sobre la Vía XXIV del Itinerario de Antonino; por aquí nos han informado de un enterramiento que algunas leyendas dicen del mismo rey godo Recesvinto; otros aseguran que es la tumba del austríaco Schmid, importante personaje de estos caminos pero que murió recientemente en mil novecientos sesenta y cinco. En cualquier caso, el montañero Schmid no está enterrado aquí.

Sea como fuere, aquí está la fotografía del lugar como homenaje a todas las personas que han colaborado a construir un futuro mejor para la humanidad.

Nosotros llegamos al coche, después de caminar algo más de cuatro horas y con un desnivel en nuestra mochila de más de setecientos cincuenta metros. Hoy nos sentimos unidos a la historia entera pues pisamos lugares que ya estaban antes de que los humanos holláramos estos suelos, pisamos por donde los romanos construyeron, por donde siguieron los siglos dieciocho y veinte ideando y dando forma a carreteras. Toda la historia pasa de nuestras botas al corazón mientras contemplamos la hermosura sin tiempo de las montañas que ponen melodías de paz a nuestro espíritu.

Javier Agra.

jueves, 8 de enero de 2015

MUÉRDAGO EN EL CERRO DE LOS ÁLAMOS BLANCOS



Sobre la cumbre de los Álamos Blancos la ternura del sol calienta nuestra llegada, nos arrullan las canciones de todos los senderos con la melancolía de las hojas prietas sobre el suelo, parecen notas de algún violín dormido en esta mañana de invierno, es el momento de la calma, de mirar el sosiego del alma reflejado en la montaña. En este instante los álamos, los pinos, los robles acompasan el mecer de sus ramas con la respiración y la sangre humana.

Llegamos al bosquecillo de los álamos temblones.

Un sonido quedo llega desde ese cercano pino.
Hacia él vuelvo la vista.
Entre sus ramas crece poderoso un enjambre de muérdago.
Su llamada acude a mi memoria como los recuerdos de un mar bravío.
Y recuerdo el mito  nórdico de la diosa del amor Frigga y su hijo Balder dios del sol del verano y de la paz. Éste tuvo un sueño terrible en el que se veía muerto por su enemigo Loki el dios del mal. La madre Frigga, asustada, visitó a todos los seres de la tierra y consiguió su palabra de que nunca harían daño a su hijo… ¿todos? Parece que se olvidó del muérdago. Planta que no es ni del cielo ni de la tierra, pues tiene su nacimiento en las ramas de algún árbol y no sobrepasa la altura de sus copas.
Loki construyó un arco y una flecha con la rama de muérdago (nunca sabremos si esta planta consintió por despecho o procedió con inocencia), engañó al dios del invierno Hodr, ciego hermano de Loki, quien disparó la flecha con veneno de muérdago, contra su hermano que murió.

Un pino plagado de ramas de muérdago. Detrás está el Collado de la Mina y la falda de Cabeza Lijar que unen las provincias de Madrid hacia el lado de la fotografía y Ávila, al lado de allá. Muy cerca, hacia la derecha, comienza Segovia. La montaña es lugar de encuentro y cercanía.

La Tierra estaba asustada y sumida en un profundo invierno. Frigga, desconsolada en doloroso llanto, consiguió volver a la vida a Balder con ayuda del mismo muérdago; sus bayas se transformaron en nácar blanco, por las lágrimas de la afligida madre; la diosa agradecida bendijo a la planta con ese brillo que la caracteriza y protegiendo siempre  a quien se encontraran y se dieran un beso bajo el muérdago, de modo que por el amor divino de Frigga serían bendecidos para siempre quienes se entregaran el beso.

La cosa debe ser así. Fíjate, amable lector, la cantidad de besos que reproducen las películas bajo un ramo de esta planta.
¿Y los hechizos mágicos que preparaban los druidas celtas con el muérdago? Ya Plinio el Viejo en su Historia Natural cuenta ritos celtas con esta planta.
¿Y su enamorada relación con su pariente más noble, el acebo?
En los pueblos donde yo comencé a nacer, utilizábamos la planta del muérdago (Viscum album) para conseguir liga pegajosa en nuestra búsqueda de pájaros, pero esa es otra historia.
Ahora nos cuentan que el muérdago es una planta vascular hemiparásita porque vive en troncos de otros árboles pero puede elaborar su propia clorofila si bien necesita el tejido xielmático de su huésped para conseguir nutrientes y desarrollarse ¡Ay la ciencia!

Desde la cima del Cerro de los Álamos Blancos estamos viendo el Cerro de la Carrasqueta y más cumbres que apuntan hacia Cuelgamuros y Abantos sobre el Escorial.

También los álamos tienen sus leyendas antiguas y más recientes.
Recordad “Los ojos verdes” de Bécquer.
Los griegos contaban que nació como recuerdo del amor profundo que Hades, dios de los muertos, sintió hacia Leuce (ninfa hija de Océano); cuando ésta murió, el dios la perpetuó en un álamo blanco en los Campos Elíseos. 
Hércules, el griego, después de capturar a Cerbero consiguió regresar del reino de los muertos coronado con ramas de álamo blanco.

Entre estas trincheras y fortificaciones para la guerra, los montañeros dejamos nuestro silencio y sembramos el corazón para que nazca un futuro de PAZ para toda la tierra.

El álamo temblón en la mitología celta se llamaba Aeda, que vendría a significar en nuestra lengua algo así como “el que evita la muerte”, seguramente porque el susurro de sus hojas en conversación con el viento que las mece, tiene el mismo misterioso sonido de las conversaciones sigilosas del mundo de los espíritus.
También se le conoce como el árbol de la meditación: puede ser.
En cualquier caso, entre estos árboles mi canto de silencio vuela en el viento y el sudor de los días es un descanso de plumas.
Acaso se pueda decir algo parecido de cualquier otro árbol y de la naturaleza entera en su sosiego.

Javier Agra.

martes, 6 de enero de 2015

TRINCHERAS EN EL CERRO DE LOS ÁLAMOS BLANCOS



 Mapa del recorrido. La señal roja indica el camino hasta el Cerro de los Álamos Blancos. En puntos rosas, más reducido, está el sendero hasta las trincheras.

Nuestra intención era visitar el Cerro de los Álamos Blancos. Cuando nos enteramos de que este entorno del Valle de la Jarosa aún conserva numerosos recuerdos de la terrible guerra civil, pensamos que acaso nos diera tiempo a unir los dos recorridos.

Aparcamos el coche en el muro del Embalse de la Jarosa. El embalse se construyó en mil novecientos sesenta y ocho, después de más de veinte años de estudios, avances y abandonos, para abastecer al pueblo de Guadarrama. De Herrería del Berrueco, la pequeña aldea que ocupaba el fondo, guarda recuerdo un resto de la espadaña de la ermita de San Macario.

Trincheras a nuestros pies, el cartel cuenta algún detalle.

Iniciamos el camino con el cerro de la Viña a nuestra izquierda; vamos carretera adelante o también por entre el pinar, existe un sendero confortable y bien marcado. Enseguida llegaremos al cruce conocido con el nombre de Las Conejeras, antes de llegar nos habían saludado media docena de corzos que andaban tan felices por aquellos lugares…tan felices siguieron cuando les comentamos que nosotros no somos cazadores, pero que observen porque hemos visto dos coches con aviesas intenciones, además de tener escopetas.

Las trincheras son más o menos visibles, pero su recorrido produce un intenso dolor.

Esta zona de la Jarosa es de repoblación de tres especies fundamentales de pinos: laricio, silvestre y resinero. Hace cincuenta años, esta zona estaba más despejada. Del cruce de Las Conejeras, arrancan dos opciones de sendero que indican “camino de las trincheras”, ambas con clarísimas señales verdes y amarillas acompañadas por un círculo rojo;  nosotros seguimos por nuestra izquierda en el marcado camino de La Vereda del Agua por donde aún se conservan tuberías que llevaban el agua hasta Guadarrama, antes de construir el pantano. Es un recorrido de tal belleza que puede ser espacio donde viven duendes y hadas entre el arrullo del agua del profundo arroyo que sube hasta nosotros con iluminación de enebros, jaras y pequeña vegetación con baile de vida y entusiasmo.

Así llegamos a una pradera donde se mantienen ruinosas las viviendas de los antiguos trabajadores de la resina y aprovechamiento del monte de pinos. Continúa el sendero pocos metros hasta cruzar la asfaltada pista con la Pradera de Horcajo y una hermosa fuente; nosotros solamente la vemos y la saludamos pero continuamos pinar arriba por las muy visibles señales verdiblancas. Estamos en la zona de Las Encinillas, poco más arriba llegamos a contemplar unas fortificadas trincheras que recuerdan la terrible guerra; nos detenemos entre el silencio y el llanto…continuamos.

En la cima del Cerro de los Álamos Blancos también se conservan numerosos restos de aquel trágico tiempo.

En esta cercana zona en torno al Puerto del León nos encontramos diversas trincheras más o menos conservadas pero muy reconocibles. Continuamos…muy pronto cruzamos una pista muy bien marcada por la que regresaremos después de acercarnos a un bunker y más fortificaciones de trincheras. Sentado en la hojarasca de estas viejas y recientes trincheras confieso que prefiero sentirme humano y mantener unido mi cordón umbilical a la tierra y sus criaturas, que mi espíritu vuela entre las gentes para alentar el camino de la igualdad, que llevaré la sonrisa de los que fueron llanto y tristeza sobre esta delgada corteza de paz. Buscaré jardines y café, seguiré las dulces notas de un piano al atardecer…

Javier Agra.