miércoles, 4 de febrero de 2015

SIERRA DE OJOS ALBOS (II)



Cruz de Hierro, el punto más alto de la Sierra de Ojos Albos, con Guadarrama al fondo.

Suena a lírica el nombre de Ojos Albos.
Ya lo habíamos visto esta mañana cuando entrábamos desde Madrid, pocos kilómetros antes de llegar a Ávila. Habíamos hecho una especie de circunvalación y aparcado junto a las últimas casas. Ahora regresamos de la montaña por una pista de tierra bien conservada que, desde el depósito de agua, está asfaltada. De nuevo junto al coche empleamos un tiempo en la comida, asobinados al sol junto a una pared de piedra que mantiene el calor del radiante astro.

Regresamos de nuestra excursión al pueblo de Ojos Albos desde el collado anterior al Cerro del Coloco pocos metros después de terminado el largo semillero de molinos eólicos.

Entramos en el pueblo buscando la plaza. Lugar donde con certeza está el bar y la ocasión de información en Ojos Albos, como en todos los pueblos, aunque sean de setenta y seis vecinos censados como es este acogedor lugar por el que estamos paseando. Hemos llegado por la calle de las Procesiones y calle de la Iglesia hasta la plaza bordeada por bancos de hierro donde reposar unos minutos al sol del invierno y unas horas a la sombra del verano. Plaza que mezcla nuevos parques arbolados con la vetusta fuente de granito.

Contemplamos la iglesia remozada, más allá de su techo recién estrenado dejamos que la vista se relaje contemplando la hilera de molinos por donde hemos pasado. También en la plaza está el bar donde espera el aromático y cálido café. “Ahora está abierto porque coincidió que estaba yo por el pueblo” responde un mocetón que nos saluda con la amable familiaridad que aún se conserva en los pueblos.

Por encima del tejado del pequeño templo de Ojos Albos, contemplamos la hilera de molinos por donde hemos pasado.

Habíamos oído hablar del Catastro de Ensenada que conserva el Ayuntamiento con primoroso cariño; melancólico y medroso por lo inoportuno de la hora del mediodía, lamentaba yo mi dolorida suerte entre silenciosos sorbos de café…“Este hombre que llega es del Ayuntamiento” nos indicó el amable y conversador mocetón. “Estos dos montañeros quisieran ver el Catastro…” “Pues nada, esta tarde os lo enseño” “¡Vaya, que lástima! Nos volvemos ya para Madrid” “Venid conmigo, me llego a casa por la llave y os lo muestro” “¡Caduérnigas, soy afortunado!” exclamo entre el agradecimiento y la admiración.

Ojos Albos es un pueblo de nombre poético y de gente amable. Pocas personas vimos por el pueblo a esa hora del yantar, pero aquellas que nos encontramos nos entregaron conversación y tiempo sin medida, sin precio. Ojos Albos nos trasladó de lleno a aquel tiempo en que la relación cercana es un valor, en que la cordialidad es un instante eterno, en que el instante se amplía más allá de la pausa de cualquier urgencia, a aquel momento en que las personas se ocupaban en mirar a los ojos y al corazón.

Fueron unas trece mil localidades de Castilla las que hicieron aquel Catastro del Marqués de la Ensenada entre mil setecientos cincuenta y mil setecientos cincuenta y cuatro para censar habitantes, propiedades, hospitales, boticarios, arrieros…de aquella vieja España del tiempo del rey Fernando VI, la más antigua y exhaustiva encuesta de los pueblos de la corona de Castilla. Hoy son muy pocos los pueblos que lo custodian, la mayor parte están perdidos o en los Archivos. Parece que el Archivo General de Simancas custodia la copia compulsada del Catastro completo.

¡Tengo en mis manos el Catastro de Ensenada de Ojos Albos!

¡Y tengo en mis manos este viejo pergamino cosido! ¡El Catastro de Ensenada de Ojos Albos! Sus primeras hojas están fechadas en mil setecientos cincuenta y uno. La persona que con total amabilidad nos acompaña, también nos muestra el documento de compra de los terrenos del pueblo a la Duquesa de Abrantes, el diez de diciembre de mil novecientos treinta. Hermosa jornada de montaña y viento, de historia y cercanía, de agradecido sentimiento.

Javier Agra.

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