martes, 22 de diciembre de 2015

CHOZO ARANGUEZ (II)



En medio de la Majada Hambrienta se levanta el Chozo Aranguez.
A nuestros pies está la Majada Hambrienta. El sendero cubierto por la poca nieve de este otoño invita a los montañeros a ser precavidos; también en la vida hemos de caminar cada día con el corazón en el futuro, el espíritu en vuelo y la vista en la tierra. Dicen que las montañas no vuelan por más que le pintemos alas, pero yo he visto levitar a las montañas por encima de los miedos humanos, de los temores diarios, la he visto con sosegado vuelo ir más allá del odio y la miseria hasta donde crece la ilusión y la esperanza.

Tal me pareció la anchurosa planicie de Majada Hambrienta, que aún pienso que Tomás Moro se inspiró en este lugar para describir su tierra de Utopía. En estos pensamientos y otros resbalones llegamos a la explanada, ya sin nieve, con humedades de otoño y verde más semejante a la primavera; entre los pinos, la hierba preguntaba por sus antiguas vacas y los montañeros no sabíamos responder.

Hace un año remozaron el chozo y hoy se presenta con esta presteza y mocedad que aquí muestro.

Habíamos estado por estas cercanías otras veces. Visitamos la Cueva del Monje, el Moño de La Tía Andrea accediendo desde la Granja. Hoy es la primera visita a este hermoso lugar. Los montañeros empleamos tiempo en el éxtasis de la hermosura, que también el tiempo de lo bello es montañismo. De este arrebol nos vino a despertar otra cuadrilla bulliciosa de montañeros que se acercaron al lugar.

Interior del Chozo Aranguez con sus literas para extender los sacos y su mesa contundente; fuera de esta vista imaginad una estufa para encender fuego y tendréis un espacio confortable.

Al tiempo que iniciamos la búsqueda del mejor sendero para ascender hasta el puerto de los Neveros y buscar el paso hacia la Laguna de los Pájaros, nos percatamos del lento avanzar de la niebla en nuestra dirección. Acaso por la premura del tiempo, tal vez porque no exista, no encontramos ninguna senda ni aún huella humana que pudiera parecer trocha que guiara nuestros pasos.

Chozo Aranguez y vista hacia Los Claveles, hoy invisibles entre la niebla.

De modo que comenzamos el ascenso suave lo mejor que supimos, siguiendo la dirección en que recordábamos haber visto el Collado que seguía siendo lugar de referencia; dando ligeros tumbos para seguir los pasos más libres del frondoso brezo, caminábamos montaña arriba entre la densa niebla y el sosegado espíritu montañero. 

Siempre teníamos la opción de bajar hacia la Granja hasta encontrar alguna carretera; expusimos tal opción una vez que nos encontramos ya a salvo de pérdida. Nuestro vacilante caminar  entre la cegadora niebla, nos llevó hasta un lugar muy cercano a la Laguna de los Pájaros. Aquí terminó nuestra pelea y nuestra búsqueda. 

De regreso, cercana la última subida, se observan hermosas las Cinco Lagunas en su entorno de luz.

Solamente es necesario deshacer el camino tantas veces recorrido hasta bajar al arroyo de Peñalara más allá del mirador de Javier. Algunos metros más abajo se disipó la niebla, la luz mostró la hermosura de las lagunas; los montañeros nos sentamos en unas suaves peñas a yantar el blanco pan que acarreábamos en las mochilas.

Los montañeros sabemos que si el camino es claro, llegar al destino es cuestión de tiempo; los montañeros sabemos que en la vida el asunto es elegir el camino adecuado.

Javier Agra.

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