viernes, 18 de marzo de 2016

SE VA EL INVIERNO



El tiempo en su vaivén infinito se calza diversos colores, se viste diferentes atuendos para entrar en el corazón humano, en el sentimiento de los que lloramos y reímos por las diminutas sucesiones de acontecimientos.

El invierno de texturas pálidas y sinfonías confusas está llegando a su final en este marzo azul. El invierno con sus banderas de victoria en las cumbres llama a forjar la voluntad entre la fortaleza hirsuta de la enmarañada nieve y la piedad solar del mediodía que ofrece treguas para que nuestras manos puedan estar calientes en medio de este rigor.

Desde el Camino del Palero se extiende la blancura de la nieve hacia los Tubos de Hierro y la Cuerda Larga.


Lo acompaño en el camino con sus crampones montaña arriba sin temor a los titanes; él mismo es una fortalecida cencellada musical de luminosa inmensidad más allá de las horas de un calendario porque es risa de titanes en la tormenta y sonrisa cálida de niño con el sol de la mañana. Se nos va el invierno montaña arriba a esconder su soledad en algún secreto hueco de la sierra donde las tormentas hibernan y se fortalecen para cuando el hada de los meses solicite de nuevo su baile.




¿Y si se le acabara el tiempo al tiempo? ¿Y si el invierno se quedara sin invierno? ¡Ay, cuánta lágrima de blancura encierran estos meses que ahora se deslizan hacia otro momento! Otro momento, otro momento es lo que nos concede la tierra a cada instante para que miremos más allá del infinito entre horizontes blancos hasta que juntos pongamos copos tiernos en esta tierra. Otro momento para aguzar la mirada en ojos tiernos y poner semilleros de paz en este suelo.




Desde la Najarra la vista cumbrea por las cimas de la Cuerda Larga y continúa más allá por el mundo entero en espera de tiempos de paz.

La tierra es una inmensa flor de piedra blanca, una limpia pupila que acaricia el alma entre la tormenta y la pausa.



Es momento de meditación interrogante. Tal vez la pausa de la vida escondida bajo el hielo sea un gañido fiero para que la naturaleza entera recobre la variedad de los colores y de los sentimientos, de los rostros y los pensamientos. Gotean las hojas los últimos copos del invierno y yo me encaramo a sus ramas para despedirle hasta pronto porque hemos aprendido la calma de la savia dormida, de la lentitud del paisaje.


Subido a las ramas de este roble rebollo despido al piadoso invierno y oteo a lo lejos para observar si se asoma la primavera por algún vallejo.

Javier Agra.

jueves, 17 de marzo de 2016

LAS MACHOTAS



Un hermoso paseo para una jornada liviana.

Esta mañana se levantó Madrid con ventolera y decidimos que era mejor hacer nuestro paseo montañero por una altura moderada. El Escorial tiene su magia y sus montañas para recorrer. Apenas cuatro metros más de los mil cuatrocientos tiene la Machota Baja, de modo que nos dirigimos hacia su cumbre.

Sobre mi aterida cabeza asoma el sol esta mañana de invierno en el hermoso monte de rebollas.

La Silla de Felipe II es un lugar con muy poco aparcamiento, hasta allí llegamos. También es muy apetecible la posibilidad de comenzar a caminar más abajo desde la ermita de la Virgen de Gracia subiendo el monte de la Herrería entre los rebollos y los tilos. Empleamos un tiempo para recorrer el misterioso entorno. ¿Desde aquí gozaba el rey de las vistas y la construcción de El Escorial? ¿Viene el triple sillar desde los vetones prerromanos? ¿Es una curiosa creación romántica? 

Custodio de la silla de Felipe II, este arce de Montpelier está catalogado como árbol singular por la Comunidad de Madrid.

Rebollar adelante, seguimos el sendero junto a la vieja tapia de piedra. Desde el mismo inicio de la marcha nuestro corazón se adentra en siglos pasados, podemos imaginar que somos antiguos nómadas buscadores de tierras más habitables, de poblados para comerciar; desde el inicio mismo se detiene el tiempo entre el cielo y los robles rebollos, entre las aves y la ingrávida cumbre posible aunque aún lejana.

Solemne el Monasterio del Escorial centra la luz que se le niega a la cumbre del Monte Abantos místicamente recogido entre la nube y la meditación.

Pero no somos tribus prehistóricas; muchos caminantes y muchos montañeros han ido (nosotros mismos fuimos en anteriores ocasiones) por donde ahora estamos recorriendo el GR-10 hasta el Collado de Entrecabezas.

En el Collado de Entrecabezas. A nuestra derecha saludamos a la Machota Alta, menos visitada por diversas circunstancias que nada tienen que ver con la dificultad pues también es de muy fácil acceso.

Desde el mismo Collado sale una desviación a la izquierda que atraviesa diferentes y prodigiosas cumbres por su esplendorosa belleza y variedad (su dificultad las relegaría a sencillas tachuelas de leve altura; pero los corazones humanos sabemos que la majestuosidad es diferente del tamaño; lo íntimo, lo recogido, lo mínimo también luce de majestuoso brillo). La tercera loma rocosa es la cumbre donde se sitúa el vértice geodésico. Entre ellas se extienden preciosas navas de color verde, textura cálida, asombrosa serenidad, dilatada extensión visual, espíritu solazado…

El vértice geodésico está sobre una roca expuesta a todos los vientos que decidan pelear en noble lid con los aguerridos montañeros que aquí lleguen. A duras penas nos mantenemos unos instantes para salir en la fotografía de recuerdo, para observar allá abajo la santolina de finos tallos y hojas carnosas, admirar los extensos matorrales de apretados piornos, reconocer las espinosas ramas de los abundantes majuelos.

Estamos en la cumbre de la Machota Baja.

De regreso en el Collado apiñamos nuestro cuerpo al abrigo de unas fornidas rocas, allí dimos cuenta de unas rudimentarias viandas, suficientes para alimentar el cuerpo y tener fuerza para el regreso. Alimentar el cuerpo, que el espíritu estaba todavía en vuelo de arrobo y sosiego.

Sobre un altozano, al lado mismo de la Silla de Felipe II se mantienen las ruinas de la “Casa de El Sordo” edificio que sirvió como vivienda para el guardabosques de aquellos contornos y desde el que escrutamos con la vista diferentes lugares por si tuviéramos la fortuna de encontrar el escondite del tesoro que perdió Rafael Corraliza encargado de la pagaduría de las obras del Monasterio del Escorial, dicen que el tesorero se apoderó de unos cuantos doblones perdidos en algún lugar de los montes en su despavorida huida perseguido por la justicia. No descubrimos ningún vestigio de tesoro y descendemos por los tallados peldaños hasta el coche, a una hora en que bulle la Silla de Felipe II de visitantes que pasarán aquí un tiempo sin gozar el bellísimo y sereno paseo hasta la cumbre libre de la Machota Baja.

Javier Agra.