domingo, 31 de diciembre de 2017

POR LA PEDRIZA CON RASKOLNIKOV



Raskolnikov pudo obrar desde la meditación sosegada y acaso entonces hubiera actuado de otro modo, pero venció en él la febril obsesión por salvar su vida y tal vez la vida de otros, matando a la vieja usurera Elena Ivanovna. A veces los cálculos nos salen desajustados, a Raskolnikov se le torcieron sus previsiones y dio muerte a la vieja usurera y a su hermana Isabel. La angustia se le instaló en el corazón; la angustia, el malestar, los zumbidos de la sien fueron el único botín que adquirió de su malaventurado plan.

Raskolnikov y La Calavera.

En buena parte, se liberó de esa dolorosa angustia creciente al confesar su crimen a Sonia, como podemos leer en el capítulo cuatro de la quinta parte del libro Crimen y Castigo de Dostoiyevski. Y Sonia, que seguramente era la persona que había sufrido más vejaciones en toda la obra, lo abraza, lo consuela, lo perdona: ¡No hay en toda la tierra un hombre más desgraciado que tú! Exclama en un arranque de compasión. Raskolnikov que había vivido entre el miedo y la angustia, se hace valeroso y afronta su pasado para poder vivir en libertad el futuro. 

Por eso, esta tarde me lo llevé por la Pedriza; juntos nos sentamos junto a la Calavera donde me confesó que ha descubierto que ni la pobreza ni la riqueza son una desgracia, que el mal del mundo está en la usura y la rapiña. La vida humana se mueve en el subsuelo de la tragedia, entre sufrimientos y castigos; necesita el perdón y la compasión para surgir a la luminosa superficie del sol y del aire limpio.

Aquellas rocas se llaman El Pájaro y El Platillo Volante

Caminamos más, reposamos nuevamente a la vista del Pájaro y del Platillo Volante mientras me aseguraba que su existencia había sido una vida fingida, un engranaje de engaños hacia sí mismo que habían crecido como la bola que arrastra un escarabajo pelotero hasta que él mismo se encontró podrido en medio de la podredumbre general. Fue el amor, fue Sonia quien le descubrió el perdón y la posibilidad de comenzar siempre, vengas de donde vinieres.

Me descubrió que nuestra vida es una lucha constante entre el odio, la venganza y el orgullo, frente a la entrega, la abnegación, la pelea. Así llegamos hasta el Jardín del Pájaro desde donde divisamos Las Arañas Negras a través del hueco que en la fotografía os muestro. Regresamos porque era la hora, porque todas las situaciones, los días, los años, las vidas llegan a su final.

Invisibles, Raskolnikov y yo, paseamos por el Jardín del Pájaro; al fondo se ve la roca que llamamos Las Arañas Negras.

Yo pienso que el amor que es perdón y compasión, entre Sonia y Raskolnikov supera el libro de Crimen y Castigo. No sé qué pensará Dostoyevski sobre este asunto. Otro día se lo consultaré.

Javier Agra.  

miércoles, 27 de diciembre de 2017

LA CALAVERA DE LA PEDRIZA




Los montañeros habían empleado varios minutos en la búsqueda de la Calavera, entonces comprendieron que estaban demasiado altos y regresaron sobre sus pasos.

Aquí estamos, mi Calavera y yo entre meditaciones y sonrisas. 

¡Ay, los innumerables nombres de la Pedriza! Hoy tenemos intención de investigar un paso entre el Pájaro y el Platillo Volante, pero antes queremos encontrar la Calavera. Ponemos el altímetro a mil veinte metros cuando estamos cruzando el puente sobre el Manzanares en Canto Cochino. A veces el altímetro es una ayuda muy precisa y Jose sabe que la Calavera está a mil trescientos metros.



La autopista de la Pedriza despierta entre el bostezo y la madrugada al tenue sonido de nuestro pasar; por aquí la senda que lleva al Chozo Kindelan; más tarde llegamos al puente de madera que se adentra hacia las campas bajo el Refugio Giner; ahora, entre las arizónicas viene una cuestona pedregosa que vadeamos por el sendero más limpio de la izquierda; el sendero continúa mezclando un sembrado de piedras y raíces corpulentas como si quisieran formar un laberinto.

Jose reposa junto a La Calavera; yo estoy fuera de foco, sentado en los troncos de enfrente.

Justamente antes de la revuelta donde se encuentra el vivac, baja un visible sendero para cruzar el arroyo de los Poyos y volver a ganar altura de inmediato. Ya estamos muy cerca de la Calavera. En este amasijo de troncos caídos, envuelta en un doble camino, encontramos la roca con forma de calavera. Para que no os suceda lo que me ocurrió a mí, advierto que no es necesario desviarse ni un milímetro del camino para encontrarla y añado que no superéis los mil trescientos metros o tendréis que regresar como hice yo para disfrutar de esa curiosa visión de la roca Calavera.

Entre sombras, a la entrada de uno de los tres túneles de la jornada.

Continuamos la marcha sendero adelante o lo que parecía ser sendero, con frecuencia la interpretación de los montañeros es la que guía el siguiente tramo. Entre robles y grandes rocas entramos por diferentes túneles de entretenido paso. En la Pedriza no se pueden llamar cuevas a estas oquedades que más de una vez hemos de superar para continuar la marcha hacia el objetivo.

A un lado El Pájaro, el Platillo Volante al otro lado y ante nosotros el tercero y último túnel antes de atacar la última canal con que conquistaremos el paso propuesto para hoy.

A veces las piernas se nos quedan cortas para tan ingentes pasos, pero los montañeros somos insistentes como los violines del concierto número dos de Penderecki que insisten una y otra vez en el mismo melódico circunloquio hasta que se arrancan en un vuelo poderoso de violines, trompetas y percusión. También nosotros buscamos recodos, nos aferramos a los troncos de los robles, sorteamos formas descomunales entre los amasijos que los siglos han construido con las inverosímiles formas de las rocas. En nuestro corazón también anidan los violines de Penderecki y los rayos del sol que anidan en las ramas de las rebollas mientras sudamos senderos de futuro.

Peldaños rocosos para ascender la última canal de nuestra marcha.

Entramos en la canal que estábamos buscando; nos pegamos a la pared de El Pájaro, poderosa roca de escalada, situada a nuestra derecha; a nuestra izquierda, se levanta con menos altura la mole del Platillo Volante; los montañeros continuamos sorteando peñascos y robles, superamos un último túnel de altura suficiente para no tener que agacharnos en ningún momento. De inmediato nos encontramos con la última canal que asciende entre peldaños rocosos, solamente el primer momento es un poco más complicado por la desproporción entre la altura de la roca que tenemos que superar y la cortedad de mis piernas.

Ya estamos arriba. Hemos llegado a esta fantasía de luz y colores que nos ha preparado la naturaleza. Incluso las cabras miran y aplauden nuestro logro de esta jornada.

Regresamos por uno de los senderos que bajan bien trazados desde la base de este conjunto de diferentes rocas que forman la Cuerda de los Pinganillos y que hemos recorrido en diversas ocasiones.

Javier Agra

domingo, 17 de diciembre de 2017

EL MANZANARES NACE EN VENTISQUERO DE LA CONDESA



Cualquier día es bueno para visitar la Sierra de Guadarrama en sus cumbres de Madrid. Llegar hasta el Ventisquero de la Condesa tiene un cierto nivel de esfuerzo construido sobre la paciencia y la recompensa del lugar que coronamos entre el asombro y sosiego. Aquí se verán los nacederos donde mana el comienzo del río Manzanares.

Estamos asomados al ventisquero de la Condesa. En este encuentro de montañas y valles nace el río Manzanares.

Entre la Bola del Mundo y el alto de La Maliciosa se explaya, extenso y deslumbrante, paseado por la brisa y el silencio, el Collado del Piornal brillante en todas las épocas del año. Hemos llegado hasta aquí subiendo por el Regajo del Pez o tal vez después de coronar La Bola del Mundo en nuestro paso hacia La Maliciosa.

Desde la cima de La Maliciosa la vista se extiende por el Guadarrama. Ese cuenco es el Ventisquero de la Condesa donde nace el Manzanares.

En esta concavidad que aquí se forma, donde la nieve resiste hasta el final de su existencia en la Cuerda Larga, nace silencioso el primer Manzanares que desciende ladera abajo con sigilo de modo casi imperceptible. Los musgos son su primer lecho, la hierba de la altura se riza y se aplana con la suavidad de su lento discurrir.

El río Manzanares desde la austeridad de sus aguas recibe visitas de montañeros, desde la música de sus incansables surcos conversa con quienes pasan camino de la Maliciosa o del Alto de Guarramillas con la misma cadencia confidente que conversa el piano con los violines en el tercer movimiento allegro del Primer Concierto para piano de Beethoven.

Los montañeros, en más de una ocasión, han acompañado al río Manzanares montaña abajo y han descansado junto a sus cascadas, antes de remansar sus aguas entre las pozas de la Pedriza.

Hablan el río y el montañero de senderos y montañas, conversan el piano y los violines de Beethoven de la paz y del mañana. Y juntos paso a paso continúan su jornada, el uno monte abajo el otro hacia la cumbre de la montaña. En más de una ocasión, el montañero y el Manzanares han continuado conversando montaña abajo, han surcado riscos y arbolados mientras saludaban a otros arroyos que aportan sus aguas hasta las cascadas del Manzanares en laderas más bajas, un tiempo antes de remansarse el agua entre las pozas de la Pedriza.

Desde el vértice geodésico de La Maliciosa la vista se llena de luz y agua.

El Manzanares que viene del sosiego de las cumbres del Ventisquero de la Condesa, llega a la gran ciudad para entregarle la quietud y la calma. Aquí también sabe conversar en sus riberas con los patos, con las aves, con los pequeños animales, con las personas que buscan junto a sus aguas la quietud y la austeridad del nacimiento de sus aguas.

Javier Agra.