miércoles, 31 de enero de 2018

MIJAS





Cualquier día del mes de enero una calle de Mijas es un hermoso lugar de sosiego.

-        Cuando aprendamos a amar a la humanidad por lo que tenemos de revoltijo a través de la historia podremos valorar más aquellas cosas que nos hacen distintos y únicos. Porque después de tantos miles y miles de años y de cruces genéticos, la esencia humana es igual en todas las personas.
Ramón me comentaba estos pensamientos en  Mijas mientras paseábamos por la Calle del Agua para visitar la Ermita de Nuestra Señora de los Remedios y la Fuente de los Siete Caños. Ramón es un hombre de Mijas “de toda la vida” que nos indicó diversos lugares “de interés para los forasteros”.
-     ¡Anda que no ha llovido, y aún granizado, desde que allá en la Prehistoria corríamos por estas laderas en taparrabos! – Continúa Ramón, mientras me señala una hilera de geranios que adornan la calle preciosamente engalanada en un blanco pulcrísimo.

Ermita de Nuestra Señora de los Remedios y Fuente de los Siete Caños.

Pienso que Ramón tiene razón. Podremos estudiar la presencia de los fenicios o la romanización posterior,  los siglos olvidados hasta la invasión musulmana, multitud de años de peleas entre ejércitos musulmanes y cristianos con la desbandada posterior por miedo a los ataques corsarios a las desprotegidas costas de Málaga.

Batallas internas porque los agricultores han sido muchas veces pueblo trabajador y oprimido, al menos de esas revueltas se escriben crónicas en los siglos ocho y nueve; incluso parece que estas sierras vivieron una guerra civil al inicio del siglo diez que terminó de forma sangrienta, como todas las guerras.

Mijas es un precioso pueblo lleno de encantados recodos, luminosas calles, serenos parques…

Mijas hoy es una población llena de sosiego. Esta tarde de enero llegamos al aparcamiento que el Ayuntamiento tiene preparado para que podamos dejar el coche por el precio de un euro durante todo el día. Salimos a su hermosa plaza de la Constitución, recorremos sus calles comerciales entre escaleras que nos llevan a paisajes de ensueño y cuento.

Allí están los burrotaxis que son más una oferta turística que una necesidad. Están bien cuidados los burros que estas fechas de enero más parecen una atracción cultural que turística, las calles permiten paseos entre la serenidad y la añoranza. Así llegamos hasta es mirador con los jardines sobre la antigua muralla. Cuatrocientos treinta metros más abajo está el mar, sobre nosotros los olivos, el tomillo, las encinas, el omnipresente cantueso donde se esconde la gineta y vuela el petirrojo ascienden buscando las cumbres de la Sierra de Mijas.

Ermita de la VIRGEN DE LA PEÑA, patrona de Mijas.

Tuvimos tiempo para visitar la Ermita de la Virgen de la Peña, patrona de Mijas. Dice la historia o la tradición, en todo caso parece superar a leyenda, que fue escavada por un monje mercedario a mediados siglo dieciséis en el interior de una mole de piedra. Hermoso conjunto para solaz y paseo, unido al Mirador del Compás desde donde el Mediterráneo cuanta leyendas de sirenas y buques piratas de otras épocas.

En Mijas, el sosiego se me entró en el corazón. Aún puedo escuchar el armonioso vaivén del mar, la brisa austera del atardecer, las mañanas de sal y agua…La PAZ de los paseos…

Javier Agra.

lunes, 29 de enero de 2018

AÑO NUEVO DE LOS ÁRBOLES




Desde que tengo recuerdos, hace sesenta años y tal vez más, aprendí que formamos parte de la naturaleza. La familia donde comencé a nacer, igual que muchas familias de multitud de pueblos, vivía de la huerta y de los árboles; la escuela del pueblo estaba junto al reguero y las huertas con su vegetación; desde niños pasábamos muchos ratos en la Mata Reguera jugando al escondite, buscando nidos y corriendo hasta la vía cuando escuchábamos, como un lamento, el silbido del tren que se acercaba. Seguramente no conocí hasta más tarde la palabra “ecología”, sin embargo yo sabía que formaba parte de la entraña misma de la tierra.


Camino del Puente de los Manchegos, Río Manzanares arriba en la Sierra de Madrid. Al fondo, la Cuerda Larga. Los humanos somos esos pequeños puntos en medio de la naturaleza.

Los judíos celebran desde hace tres mil años el “año nuevo de los árboles” porque saben que estamos entrañablemente unidos a la vegetación, al agua, a la tierra, a los animales, al aire, al sol. Lo recuerdan cada día y lo celebran cuando el invierno llega a su mitad. Los libros de la Torá, los Profetas, los posteriores libros de la tradición judía y cristiana recuerdan constantemente que estamos unidos a la tierra. “La sabiduría y la prudencia son árboles de vida para quien las acoge” (Proverbios 3, 18); “Si tienes que sitiar una ciudad…no destruyas su arbolado” (Deuteronomio 20, 19); “Quien confía en el Señor será como un árbol plantado al borde de la acequia, no deja de dar fruto” (Salmo 1, 3; Jeremías 17,8); “Dichosos los que lavan su ropa para tener parte en el árbol de la vida” (Apocalipsis 22,14). Y muchos textos más.

Madrid tiene un montón “árboles singulares” que es una forma de legislar la naturaleza para protegerla de la insensatez humana. He aquí, un “árbol singular” en el Monte del Pardo, Alcornoque (Quercus suber) de una edad cercana a los doscientos años; en primer plano, un “homo vulgaris”.

Recordamos todos, textos de los “indios” de América. “¿Qué puede ser el hombre sin los animales? Si los animales desapareciesen, el hombre moriría en una gran soledad”. Jefe Seattle. Para ellos, la vida misma, la esencia humana era parte de la tierra, la naturaleza, el agua…

Encina (Quercus ilex) muy centenaria del monte del Pardo. Con su sabiduría converso a menudo en mis paseos, de su sosiego me nutro, en su raíz de PAZ bebo el futuro.

Javier Agra.

sábado, 27 de enero de 2018

BENALMÁDENA (II)




Las calles del pueblo de Benalmádena están silenciosas esta tarde de enero. Hemos subido hasta los Jardines del Muro, donde antaño se levantó la fortaleza defensiva y de observación. Son muchos los viajes que realizo por esta tierra nuestra, donde tengo la sensación de que el pasado de la humanidad se movía desde el miedo, desde la enemistad, desde la guerra. Pero cuando miro nuestro presente, las sensaciones no difieren mucho del pasado; con mucha frecuencia miramos alrededor por si nos observan, por si nos persiguen, por si nos atracan.

Paseo por el sosiego y el lujo del Puerto de Benalmádena.

Desde los jardines del Muro hoy se ve el mar, la libertad, el futuro, la brisa del viento que corretea sin tropiezos ni miedos; se escuchan las aves, se respira sosiego. El templo de Santo Domingo de Guzmán florece entre esta vegetación por la que paseo un buen rato; desde hace algunos meses, yo que nunca tuve reloj, mido el tiempo sin horas casi guiándome por las estaciones del año.

Allá abajo el Castillo de Colomares, arriba la cumbre del Calamorro y otras cimas de la Sierra de Mijas por donde corretean entre pinos y arbustos la jineta y la cabra montés siempre intentando no ser descubiertas por algún águila con hambre.

Blanquísimas calles de relumbre al sol del medio día, de colores de geranio y armonía; blanquísimas calles por donde suenan los pios de las aves en su búsqueda de alimento, en su constante juego, en su ilusionada vida; blanquísimas calles por donde paseamos cogidos de la mano porque estamos recién enamorados, después de tantos años de enamorada vida.

Sentados en un banco del mirador de la Estupa de la Iluminación, el mar entona brisa de espuma y sirena de barcos.

Cogidos de la mano llegamos a la Estupa de la Iluminación. Desde aquí vemos el mar y aspiramos su serenidad. Nos cuenta la persona que lo cuida que se construyó por decisión del Ayuntamiento siguiendo la sabiduría del Gran Maestro Budista Lopon Tsechu Rinpoche y se inauguró en octubre del dos mil tres. Indica la persona que lo cuida que todo el karma negativo es purificado por la estupa.

Me descalzo para entrar en la sala de meditación de la Estupa de la Iluminación de Benalmádena.

Me descalzo para entrar a la sala de meditación. Impulso el rodillo de las oraciones para que la paz se extienda por la estancia, por el lugar, por la tierra entera. La estupas budistas son edificios cerrados, en Benalmádena tienen como excepción una sala de meditación con las paredes decoradas con escenas de la vida del Buda Sakyamuni. Lo más importante de la estupa budista es lo que esconde a todas las miradas en las partes altas cerradas y selladas, allí están los rollos de la iluminación, de la purificación, de la pacificación… que se extienden por los alrededores. 

Realicé el paseo circular en derredor de la estupa siguiendo el giro de las agujas del reloj con el deseo de llevar buenas influencias para todos los lugares por donde vaya pasando en el futuro, porque los budistas consideran que los deseos que se expresan junto a la estupa, se hacen realidad. 

Nos despedimos de la Niña de Benalmádena.

Siempre se puede esperar que pase un autobús en la dirección donde está mi alojamiento, allá abajo en la orilla misma de la playa. Aunque tarde media hora, termina pasando; el tiempo no es acuciante para ninguna tarea especial, nunca he sido exigente con el tiempo, ahora continúo pasando por este mundo desde la calma y el sosiego.

Javier Agra.

viernes, 26 de enero de 2018

BENALMÁDENA (I)




Siempre es oportuno saber más y preguntar más.
Era un mediodía lleno de sol cuando llegué a Benalmádena. 
De inmediato me quedé mirando hacia las cumbres de sus peladas montañas.
Me dijeron que el monte Calamorro ronda los setecientos ochenta metros de altitud “se puede subir sin problema, tiene un teleférico”. Pero no es el más alto, el Cerro del Moro y el Cerro del Castillejo le sobrepasan en casi doscientos metros.



Antes de llegar hasta su cumbre y aún a su falda me decidí por el mar que estos días de enero se encuentra sin bañistas. Me remojé antes de comenzar a caminar por su paseo que se alarga varios kilómetros. Las olas son muy suaves en este mar de Alborán y suenan a sosiego. Cuando yo era niño imaginaba el mar cubriendo todos los valles de Acisa y de los otros pueblos de las Arrimadas y aún me parecía que tendría que ser más grande por el énfasis con que lo describía el maestro. Pero el mar es más amplio que en mi imaginación.
 
Durante aquellos mismos años de mi niñez cuando imaginaba el mar, los muchachos de Benalmádena recorrían las faldas del Calamorro pues aún no se había edificado la parte inmensa que hoy ocupa la costa. Seguramente entraron casualmente en la Cueva del Toro antes de que se diera por descubierta a finales de los años sesenta. Bajarían en grupos hacia la costa donde sus padres pescaban como medio de subsistencia y emplearían tiempo en los alrededores de la Torre Bermeja en busca de algún tesoro escondido por los nazaríes antes de ser conquistados, en aquellos duros años de peleas y victorias de uno y otro ejército.

La Torre Bermeja es una edificación defensiva construida en el período musulmán de Benalmádena.

Hoy la Torre Bermeja guarda la opulencia del Puerto por donde ostentosas embarcaciones buscan laberínticos embarcaderos y suntuosas edificaciones construidas para provocar admiración. Junto a la Torre Quebrada y la posterior Torre del Muelle, son tres emblemas de Benalmádena.

Estos días de enero, el paseo aquieta el alma y tonifica el corazón. La arena suena a mares de todos los tiempos, suena a tierras lejanas. Con la lentitud del pensamiento y el vuelo hacia el infinito, llego hasta la estatua de Ibn Al-Baitar botánico y seguramente médico del siglo XII y me detengo frente al Castillo de El Bil-Bil construido durante la Segunda Republica.

El Castillo de El Bil-Bil es actualmente un Centro Cultural.

Arroyo de la Miel está enroscado en torno al Cerro de la Era que tiene todas las posibilidades de haber sido el nuecleo originario con sus primeros pobladores hace tres mil años. El amplio y sugerente Parque de La Paloma está en su límite. 

En el Parque de La Paloma está el Auditorio, la Biblioteca Municipal. Amplio parque de solazados paseos.

Ladera arriba de la montaña la vegetación gana la atención de los pocos caminantes que suben a pie hacia el pueblo primitivo; los senderos se han hecho carreteras. El Castillo de Colomares habla de tiempos de prosperidad económica. Pero los viejos habitantes de Benalmádena siguen mirando al mar desde lo alto, más allá de los acantilados donde ha crecido aquel pueblo de pescadores abnegados. Los antiguos habitantes siguen paseando por las plazas donde vieron a Jaime Pimentel esculpir en bronce La Niña de Benalmádena, cuando terminaba la década de los sesenta.

La Niña de Benalmádena conversa con los viajeros desde su pose de baile y de agua en la fuente de la Plaza de España.

Javier Agra.